4/18/2012

#teo - Carta de Piermario Morosini (q.e.p.d.) a Teófilo Gutiérrez

“Hola, Teo...

Te saluda Piermario Morosini, decidí escribirte porque estuve pensando y encontré que tenemos algo muy importante en común, algo que hoy solo los dos podemos experimentar, algo que debo hacerte saber.

Somos jóvenes, tú eres mayor que yo por apenas unos meses, en eso nos parecemos, y ambos saboreamos muy temprano la gloria y el reconocimiento por escoger un trabajo que además es nuestra más grande pasión: jugar al fútbol. Pero no, no es eso a lo que me refiero, querido Teo.

Tampoco estoy hablando del fin de semana pasado, cuando ambos fuimos portada en los diarios deportivos más importantes de varios países. Cumplimos el sueño de cualquier chico que por primera vez patea un balón, pero no, tampoco es eso, muchos otros también han pasado por allí.

Otros dirán que los dos debutamos en primera en el 2006, tú para el Junior, yo para el Udinese. ¿Casualidad? Sí, o no sé, lo cierto es que sabemos que para llegar tuvimos que empezar, como tantos, peleando nuestro lugar en el equipo más humilde de nuestra tierra, de ceros, lejos de los vanidosos torneos profesionales, de las cámaras, de los periodistas y empresarios: tú en el Barranquilla F.C., yo en el achicado Atalanta de Bérgamo. Es la historia de muchos como nosotros, de eso tampoco quiero hablarte.

Soy centrocampista y en mi posición casi siempre los técnicos buscan hombres de experiencia, así que fui relegado en el Udinese, el club que me vio y me compró. Ese equipo que me llevaba a primera luego me cedió a segunda: pasé por el Bolonia, el Vicenza, la Reggina, el Pádova y finalmente el Livorno.

Pero tú, Teo, qué diferente ha sido la vida contigo. Aunque el Junior te proscribió a la suplencia por varios meses, eres delantero y en tu posición casi siempre los técnicos buscan hombres jóvenes, rápidos y con hambre, te dieron constancia y en dos temporadas pudiste demostrar tu calibre: fuiste goleador con prominencia, a ti llegaron los micrófonos, las cámaras, la fama.

¿Qué será entonces, Teo, eso que tenemos en común? Al igual que tú, yo también jugué para mi país, Italia. Pero no es eso, mira cuán distintos somos: tú jugaste en la selección absoluta, marcaste goles e incluso haciéndote expulsar volvías a ser convocado al cumplir la sanción. ¿Yo?, yo jugaba en las categorías menores y apenas alguien, que se había detenido en mi trabajo, quiso llevarme poco a poco a la gloria de debutar en la azzurri junto a los grandes: Del Piero, Buffón, Cannavaro, Pirlo, Gatusso, Zambrota, Totti, campeones mundiales. Pero no llegué. Tú enfrentaste a estos y a otros más grandes, yo esperaba, Teo, lo que a ti te llegó en un abrir y cerrar de ojos.

Con tus goles vino la posibilidad de jugar fuera de tu país. Fuiste a Turquía y no te acoplaste, te peleabas y querías volver porque extrañabas tu familia, los consejos sabios que más atiendes: los de tu padre. En eso nos parecemos, ¿sabes?, yo extraño a mis padres y a mi hermano, ellos murieron cuando yo estaba muy joven y nunca pude tomar un avión para verlos, para que me vieran. Pasé por tantos equipos que nunca eché raíces, siempre fui prescindible, nunca pertenecí. Y tuve que seguir sin ellos, Teo. Nos parecemos en eso, digo, pero no es lo que me tiene pensando.

Si te detienes a ver, tuviste todo lo que yo quise. Tuviste en tus manos a Racing: una de muchas oportunidades. Qué lindo hubiera sido ser el ídolo de cientos de miles en los estadios, que una hinchada entera coreara mi nombre como el tuyo, que me pidieran, que me dibujaran un trapo, darme trompadas con un compañero el miércoles y salir titular el domingo, ser expulsado varias veces por tonterías y otra vez, una y otra vez, ser convocado. Y recibir el apoyo irrestricto de una institución, tener una barra, un representante y un padre que terciaran por mí. Pero eso es mucho pedir, no soy una estrella como tú, solo soy un obrero. Para mí, simplemente, qué lindo hubiera sido una segunda oportunidad.

Mira, Teo, cómo son las cosas: la única vez que salí de la cancha en medio de una estruendosa ovación fue, de hecho, la última vez. Quién iba a pensar que estas historias, la tuya y la mía, se vinieran a unir cuando nos jugábamos, sin saberlo, la fecha más importante. Sí, ambos dejamos a nuestro equipo con diez. Y sí, ambos salimos de la cancha con la insufrible zozobra de no saber nuestro destino. Sí, eso lo vivimos, pero es en otra cosa que estuve pensando, por lo que me decidí a escribirte esta carta, porque tenemos en común algo mucho más importante, algo que solo los dos podemos experimentar y que debía hacerte saber: nuestro corazón falló, nuestro cerebro no respondió. Estamos muertos”.

Andrés G. Borges
En Twitter: @palabraseca

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